Nunca olvidaré la última vez que estuve en Villasandino. Fue para decir adiós a mi tio. Lo recuerdo como si fuera ayer. El pueblo, la iglesia y la última brisa de aire que esparció sus cenizas por el cielo castellano. Se marchó desde el alto campanario de la iglesia, impulsado por el viento. Imágenes tatuadas en el recuerdo. Imposibles de olvidar.
Hace de esto algunos años, y no había vuelto a visitar este pueblo burgalés. Quería pedalear hasta allí para recordarle. Ahora era el momento. Aprovechando mi viaje a Olleros de Pisuerga podría planear una ruta que me llevara a Villasandino. En total unos 120 km por las tranquilas carreteras que recorren las tierras palentinas y burgalesas siguiendo las riberas del rio Pisuerga y del rio Odra.
Iba a pedalear como era él: sosegado, sin prisas y en silencio. Planeando la ruta sobre el papel, como él hacía en sus infinitos viajes inconclusos. Quería recorrer la tierra que tanto amaba, sus carreteras y sus campos. Volver a la petrea iglesia, por última vez, alzar mi mirada al alto campanario y volver a decirle adios.
Hace de esto algunos años, y no había vuelto a visitar este pueblo burgalés. Quería pedalear hasta allí para recordarle. Ahora era el momento. Aprovechando mi viaje a Olleros de Pisuerga podría planear una ruta que me llevara a Villasandino. En total unos 120 km por las tranquilas carreteras que recorren las tierras palentinas y burgalesas siguiendo las riberas del rio Pisuerga y del rio Odra.
Iba a pedalear como era él: sosegado, sin prisas y en silencio. Planeando la ruta sobre el papel, como él hacía en sus infinitos viajes inconclusos. Quería recorrer la tierra que tanto amaba, sus carreteras y sus campos. Volver a la petrea iglesia, por última vez, alzar mi mirada al alto campanario y volver a decirle adios.
Eran las ocho de la mañana cuando me despertó el concierto de gallos. En las películas sólo cantan una vez y desaparecen entre bambalinas. En la realidad cantan sin orden ni concierto. Vuelven a cantar y luego cantan. Cuando se calla uno se arranca el otro. Y canta. Como en Operación Triunfo. Y así, hasta que logran su objetivo. Su función la cumplen a la perfección.
La mañana en Olleros se presentaba fresca pero llevable. No había helado por la noche. Tres grados. Nada serio para lo que puede hacer por estas tierras. El cielo gris, amenazante. La niebla acechando en las esquinas.
Mis primeras pedaladas me dirigen hasta Santa María de Mave, para desde allí dirigirme a Alar del Rey. Me detengo unos segundos a contemplar el rio. Intento un imposible. Plasmar la belleza de la estampa en una fotografía. No lo consigo. Hay que seguir.
La mañana en Olleros se presentaba fresca pero llevable. No había helado por la noche. Tres grados. Nada serio para lo que puede hacer por estas tierras. El cielo gris, amenazante. La niebla acechando en las esquinas.
Mis primeras pedaladas me dirigen hasta Santa María de Mave, para desde allí dirigirme a Alar del Rey. Me detengo unos segundos a contemplar el rio. Intento un imposible. Plasmar la belleza de la estampa en una fotografía. No lo consigo. Hay que seguir.
Desde aquí comienza mi viaje hacia lo desconocido. Nunca había pedaleado por aquí. Tenía que llegar hasta Sotresgudo. Comienzo una subida tendida entre robles y pinos, sinuosa, bonita. La niebla me había seguido durante todo el camino. Es aquí donde decide atacarme sin piedad. Voy subiendo y no veo nada. Nada a los lados. Nada delante. Voy desbrozando la niebla en cada pedalada. Avanzando hacia la nada, hacia el capote gris que la niebla me brinda. Corono y empiezo el descenso. Voy rápido y consigo despistar momentaneamente a mi amiga. Comienzan las largas rectas de los campos de Castilla. Interminables. Monótonas. Secundadas por los paisajes de horizontes infinitos. En ellos la vista se pierde en sus colores otoñales. Los pardos y ocres nos muestran toda su gama cromática. En primavera el verde lo inundará todo. En verano será el amarillo el que tiña con su color el conocido mar castellano. Sigo pedaleando, sigo recordando.
Comienza a llover. Encuentro refugio en Villanueva de Odra. Un pequeño bar me da cobijo. No hay nadie salvo un hombre apoyado en la barra leyendo el periódico. Me acuerdo de mi tio sentado con sus inseparables diarios sobre la mesa. Le recuerdo así.
Rompo el silencio del bar:
- Buenos días
- Buenos días, me responde.
Unos segundos de silencio. El hombre me mira. Examina mi llamativa indumentaria y me dice:
- Mal día para montar en bicicleta.
- Ya sabe, sarna con gusto no pica........
- Sí ... pero a veces mortifica. Sentencia volviendo a posar sus ojos sobre las hojas del periódico. Se vuelve a hacer el silencio. No hay más conversación. Son los castellanos de pocas palabras, pero certeras. Así era mi tio. Callado, pero ingenioso. Serio, pero con un gran sentido del humor. Me tomo el café y me despido. Ha dejado de llover.
Rompo el silencio del bar:
- Buenos días
- Buenos días, me responde.
Unos segundos de silencio. El hombre me mira. Examina mi llamativa indumentaria y me dice:
- Mal día para montar en bicicleta.
- Ya sabe, sarna con gusto no pica........
- Sí ... pero a veces mortifica. Sentencia volviendo a posar sus ojos sobre las hojas del periódico. Se vuelve a hacer el silencio. No hay más conversación. Son los castellanos de pocas palabras, pero certeras. Así era mi tio. Callado, pero ingenioso. Serio, pero con un gran sentido del humor. Me tomo el café y me despido. Ha dejado de llover.
Continuo pedaleando por las interminables rectas abrazado por la niebla. Me voy acercando a mi destino y eso me hace acelerar el ritmo. Los recuerdos se me agolpan. Los caballitos de la Dehesa de la Villa. Su Simca 1200 amarillo. Las gambas de la Mina..... Sigo pedaleando con fuerza para entrar en calor y el aire comienza a darme de frente. Con fuerza. Me acuerdo del viaje al Monasterio de Piedra. El aire por las ventanillas del coche.............. Cruzó Sasamón y me dirigo deprisa hacia Villasandino. Ya veo la silueta de sus dos grandes iglesias. Me quedan apenas dos kilómetros.
Villasandino no es un pueblo pequeño, pero no se ve a nadie en sus calles. Se respira tranquilidad. Sólo el humo de las chimeneas y el olor a leña les delata.
Dos perros pequeños comienzan a ladrarme e insisten en sus intenciones de tirarme de la bici. Revolotean a mi lado como polillas. Me bajo y huyen despavoridos. El pitido, fuerte, constante de una furgoneta irrumpe en la paz del lugar. Es el panadero. Ahora sí, se abren las puertas de las casas. Continuo mi camino ante la mirada extrañada de los lugareños. Callejeo y me encuentro con la impresionante mole petrea de la iglesia.
Villasandino no es un pueblo pequeño, pero no se ve a nadie en sus calles. Se respira tranquilidad. Sólo el humo de las chimeneas y el olor a leña les delata.
Dos perros pequeños comienzan a ladrarme e insisten en sus intenciones de tirarme de la bici. Revolotean a mi lado como polillas. Me bajo y huyen despavoridos. El pitido, fuerte, constante de una furgoneta irrumpe en la paz del lugar. Es el panadero. Ahora sí, se abren las puertas de las casas. Continuo mi camino ante la mirada extrañada de los lugareños. Callejeo y me encuentro con la impresionante mole petrea de la iglesia.
Aparco la bici cerca del puente del Rio Odra y miró hacia el campanario. Permanezco unos segundos con la mirada fija en él y murmullo un adiós inaudible. No creo que vuelva a este lugar. Sin volver la vista atrás cojo de nuevo la bicicleta y me marcho. Me quedan muchos kilómetros para volver. Ahora por otra ribera. Desde Melgar de Fernamental enfilo una carretera paralela al Canal de Castilla. Cruzo por pueblos con el mismo apellido. Todos hijos de un mismo padre. Naveros de Pisuerga, Olmos de Pisuerga, Ventosa de Pisuerga y, finalmente, Herrera de Pisuerga.
La carretera es tranquila. Me he cruzado sólo con tres coches en toda la mañana. Una gozada rodar por aquí. Desde Herrera a Olleros de Pisuerga sólo me separan veintidos kilómetros para llegar y tomarme una cerveza fresquita. Aunque lo lógico sería tomarse un caldo. Mi tio era de mahou como yo. Esta ruta tenía que terminar así, bebiéndome una en su recuerdo.
Me siento bien, feliz por hacer una cosa que deseaba. Rendir un pequeño homenaje a una gran persona al que apreciaba como a un padre. No se me ha ocurrido otra manera de hacerlo que esta: pedalear por las tierras que le vieron nacer y que tanto quería. Pedaladas para acabar de soldar para siempre su recuerdo en mi memoria.
PD. Mi tio Zacarías no era perfecto. Tenía un grave defecto. Imperdonable. Era del atleti.
La carretera es tranquila. Me he cruzado sólo con tres coches en toda la mañana. Una gozada rodar por aquí. Desde Herrera a Olleros de Pisuerga sólo me separan veintidos kilómetros para llegar y tomarme una cerveza fresquita. Aunque lo lógico sería tomarse un caldo. Mi tio era de mahou como yo. Esta ruta tenía que terminar así, bebiéndome una en su recuerdo.
Me siento bien, feliz por hacer una cosa que deseaba. Rendir un pequeño homenaje a una gran persona al que apreciaba como a un padre. No se me ha ocurrido otra manera de hacerlo que esta: pedalear por las tierras que le vieron nacer y que tanto quería. Pedaladas para acabar de soldar para siempre su recuerdo en mi memoria.
PD. Mi tio Zacarías no era perfecto. Tenía un grave defecto. Imperdonable. Era del atleti.