La habitación lúgubre, llena de humo, huele a desesperación. Queda poco tiempo. Una mesa de madera vieja, veteada por restos de grasa y suciedad, lo domina todo . Encima de ella una pistola reluciente y a su lado una sóla bala. El tic tac del reloj resuena monótono, inexorable, retumbando en sus oidos como un tambor. Es hora de hacerlo. Con un movimiento rápido introduce la bala en el cargador y lo hace rodar como un tiovivo. Las gotas de sudor resbalan por su frente. Desembocan en sus ojos y le producen escozor, pero eso ya no importa. Él no debería estar allí. No debería hacerlo.
Lenta, muy lentamente, coloca la pistola en su sién. El dedo en el frío hierro. Deja pasar unos segundos, un mundo. Siente frío. Es hora de apretar el gatillo. Es hora de confiar en su suerte.
Espero que un día salir a pedalear no sea como jugar a la ruleta rusa. Nos va la vida en ello.
Inaki Lejarreta y tantos otros, descansad en paz.