El mundo se cierra
sobre tus pestañas
lluviosas y negras.
Miguel Hernández
Ruido, mucho ruido. Todo sucedió muy rápido. Casi sin darse cuenta. Un fuerte impacto y luego la noche. Confusión. Cuando abrió de nuevo sus ojos, el amanecer había ganado la partida a la oscuridad. La luz le deslumbró por un instante.
Alzó la vista y le sorprendió lo que todavía le faltaba por ascender. La carretera se dibujaba como una linea infinita por la ladera camino de la nada. Su mirada no aguantó el envite y volvió a posarse sobre su rueda delantera. La goma giraba sobre el alquitrán en un deambular cansino. Monótona. Previsible como una noria.
A los lados el paisaje se le presentaba nítido y a la vez desconocido. Luego el silencio. La calma. La carretera y nada más. Al levantar timidamente sus pupilas distinguió a lo lejos un borrón difuso. Ante él el infinito. La soledad. Todo le era extraño. Sentía el viento amarrarse a su cabello; el amargor salado de las gotas de sudor en sus lábios; los latidos de su corazón bombeando fuerte. El aire llenaba a borbotones sus pulmones y notó como una leve sonrisa se dibujaba en su cara. Por un instante se sintió ligero, liviano como una pompa de jabón. Frente a él, una interminable carretera que se perdía en un horizonte azul, en un mar de lágrimas. Apretó fuerte los pedales y sintió como el cansancio abandonaba su cuerpo como minutos antes le abandonó la vida.
Pedaleaba. No sabía muy bien hacia dónde. Eso no importaba. Pedaleaba. Tenía sus dudas, pero si aquello no era un sueño, juraría que estaba rodando veloz por el Paraiso.
A todos los compañeros fallecidos en la carretera. Para que nunca más nadie tenga que pedalear por carreteras infinitas. Descansad en paz.
Alzó la vista y le sorprendió lo que todavía le faltaba por ascender. La carretera se dibujaba como una linea infinita por la ladera camino de la nada. Su mirada no aguantó el envite y volvió a posarse sobre su rueda delantera. La goma giraba sobre el alquitrán en un deambular cansino. Monótona. Previsible como una noria.
A los lados el paisaje se le presentaba nítido y a la vez desconocido. Luego el silencio. La calma. La carretera y nada más. Al levantar timidamente sus pupilas distinguió a lo lejos un borrón difuso. Ante él el infinito. La soledad. Todo le era extraño. Sentía el viento amarrarse a su cabello; el amargor salado de las gotas de sudor en sus lábios; los latidos de su corazón bombeando fuerte. El aire llenaba a borbotones sus pulmones y notó como una leve sonrisa se dibujaba en su cara. Por un instante se sintió ligero, liviano como una pompa de jabón. Frente a él, una interminable carretera que se perdía en un horizonte azul, en un mar de lágrimas. Apretó fuerte los pedales y sintió como el cansancio abandonaba su cuerpo como minutos antes le abandonó la vida.
Pedaleaba. No sabía muy bien hacia dónde. Eso no importaba. Pedaleaba. Tenía sus dudas, pero si aquello no era un sueño, juraría que estaba rodando veloz por el Paraiso.
A todos los compañeros fallecidos en la carretera. Para que nunca más nadie tenga que pedalear por carreteras infinitas. Descansad en paz.