Los kilómetros pasaban lentos, como los trenes de vapor en las antiguas estaciones. El rodar, tranquilo, sin premura, con la única compañía del siseo de las hojas de los árboles. Hacía mucho tiempo que no se deslizaba por el asfalto, y el contacto de sus ruedas con el alquitrán la puso nerviosa, igual que un niño en el encerado del colegio.
Según iba avanzando en su camino, sus recuerdos desbordaban su memoria. Era hora de comenzar de nuevo y no volver a echar la vista atrás. Sus aventuras pasadas se diluían como las frías ascuas de las chimeneas. Volvía a ser una bicicleta y no un hierro inútil, oxidado, sin más futuro que el ser pesada en la gélida báscula de una chatarrería.
El sonido que producían sus gomas al girar sobre el rugoso asfalto le resulto familiar. Decidió acelerar para escucharlo más de continuo y, de esa manera, volver a percibir el ruido de sus pasos por las veredas. Casi no recordaba el tacto del viento contra su cuerpo y le pareció obsceno. Tampoco el cosquilleo que el traqueteo de los baches provocaba en su acero. Una pincelada traicionera tiñó de rubor sus mejillas.
Según iba avanzando en su camino, sus recuerdos desbordaban su memoria. Era hora de comenzar de nuevo y no volver a echar la vista atrás. Sus aventuras pasadas se diluían como las frías ascuas de las chimeneas. Volvía a ser una bicicleta y no un hierro inútil, oxidado, sin más futuro que el ser pesada en la gélida báscula de una chatarrería.
El sonido que producían sus gomas al girar sobre el rugoso asfalto le resulto familiar. Decidió acelerar para escucharlo más de continuo y, de esa manera, volver a percibir el ruido de sus pasos por las veredas. Casi no recordaba el tacto del viento contra su cuerpo y le pareció obsceno. Tampoco el cosquilleo que el traqueteo de los baches provocaba en su acero. Una pincelada traicionera tiñó de rubor sus mejillas.
Quería seguir rodando, rápida, pausada. Recuperar el tiempo perdido y borrar para siempre de sus pupilas el amargo recuerdo de su inactividad. Quería correr y correr y subir montañas y bajar sinuosas carreteras. Sentir en el brillante azul de su vestimenta la quemazón del sol y los gélidos susurros del invierno. Que la sombra de su silueta volviera a reflejarse en los insolentes charcos de las cunetas.
Se paró unos instantes para echar la vista atrás. Sus jadeos, rítmicos como aleteos, resonaban en el aire como el eco en las montañas. Estaba cansada, sí, pero al fin comprendió que volvía a estar viva.
Escrito en Madrid una tarde de aburrimiento y de tormentas primaverales.
Se paró unos instantes para echar la vista atrás. Sus jadeos, rítmicos como aleteos, resonaban en el aire como el eco en las montañas. Estaba cansada, sí, pero al fin comprendió que volvía a estar viva.
Escrito en Madrid una tarde de aburrimiento y de tormentas primaverales.
Agradecimientos: Sin duda, sin la ayuda de estas personas Alcyon no hubiera rodado de nuevo. Ellos han sido los que han colocado las piezas para lograr terminar el puzzle.
A Fernando Gilabert por los consejos sobre la Restauración de la machine.
A Alex y a los artistas de RXR Motorsport por dotar de un precioso cuerpo a Alcyon.
A los chicos de Biketown por hacerla funcionar y a Javier Barragán por proporcionarme la última tuerca que permitía a Alcyon deslizarse por las carreteras.
Y sobretodo, a mi Beatriz y a mis hijos, por su paciencia. No es agradable el abrir la puerta de casa y que en lugar de a Ambipur, la casa huela a disolvente y potinges variopintos. Me dá que el sonido de la Dremel a horas intempestivas tampoco debe ser muy relajante. Si a Alcyon y a mí no nos han puesto las maletas en el rellano de la escalera, ha sido sólo cuestión de suerte. Todavía no descarto que esto ocurra.
A todos mi eterna gratitud.
Las fotos antes de la restauración y del proceso : Alcyon. Historia de un encuentro.
Alcyon. Desnudando a la dama.
Alcyon. El brillo de la historia
A Fernando Gilabert por los consejos sobre la Restauración de la machine.
A Alex y a los artistas de RXR Motorsport por dotar de un precioso cuerpo a Alcyon.
A los chicos de Biketown por hacerla funcionar y a Javier Barragán por proporcionarme la última tuerca que permitía a Alcyon deslizarse por las carreteras.
Y sobretodo, a mi Beatriz y a mis hijos, por su paciencia. No es agradable el abrir la puerta de casa y que en lugar de a Ambipur, la casa huela a disolvente y potinges variopintos. Me dá que el sonido de la Dremel a horas intempestivas tampoco debe ser muy relajante. Si a Alcyon y a mí no nos han puesto las maletas en el rellano de la escalera, ha sido sólo cuestión de suerte. Todavía no descarto que esto ocurra.
A todos mi eterna gratitud.
Las fotos antes de la restauración y del proceso : Alcyon. Historia de un encuentro.
Alcyon. Desnudando a la dama.
Alcyon. El brillo de la historia